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Archive for the ‘el autor y su época’ Category

1616 Muerte de Shakespeare y de Cervantes.

1622 Nace Molière.

 1624 Richelieu, Valido de Luis XIII que por aquel entonces tenía 21 años.

1631 Publicación de EL MERCURIO FRANCES, primer periódico.

1635 Comienza a estudiar en los Jesuitas.

1638 Nace Luis XIV. Muere Lope de Vega.

1639 Nace Jean Racine.

1640 Muere Rubens.

1641 Muere Van Dyk. Nace Isaac Newton.

1642 Aistad con la familia Bejart. Muere Richelieu.                Nace Armanda.

1643 Renuncia a ser Tapicero Real.  Contrato notarial de El Ilustre Teatro Muere Luis XIII.

1645 El Ilustre de Teatro sale de París. Muere Quevedo.

1646 Unión con la Compañía de Monsieur Du Fresne.

 l647 Desordenes graves en París: La Fronda.

1648 Final de la Guerra de los treinta años: Paz de Westfalia.  Muere Tirso de Molina.

1650 El joven Luis XIV recorre Francia. Muere Descartes.

1651 Mayoría de edad de Luis XIV.

1652 Matanza de París (4 de Julio): Zenit y ocaso de La Fronda.

1653 La Compañía es llamada por el Príncipe Conti.

1657 Conocen al pintor Mignard. Conti los expulsa.

1658 Representación por primera vez ante el rey.

                   Se establecen en el Petit Bourbon

1659 Las preciosas ridículas (Estreno.)

                   Paz de los Pirineos. (Final de la guerra con España).                  Reforma militar.

1660 Paso a la sala del Palais Royal. Boda de Luis XIV.            Muere Velázquez.

1661 La escuela de los maridos. Muerte de Mazarino.

                   Reinado efectivo de Luis XIV.

1662 Boda de Molière con Armanda Bejart. Actuaciones en la                    corte. La Escuela de las mujeres.

1663 Se le conceden 1.000 libras de pensión. El                        Impromptus de Versalles.

1664 Nace y muere Luis, el primer hijo. Tartufo Le Brun                    es nombrado pintor real. Proceso a Fouquet.

1665 Escupe sangre. Son nombrados Compañía del Rey.                   Don Juan. Peste en Londres. Muere Felipe IV.

1666 El misántropo y El médico a palos.

                   Mueren Ana de Austria y Conti.

1667 Diversos testimonios de su enfermedad.

1668 Tartufo,  George Dandin, El avaro.

                   Tratado de Aquisgran.

1672 Muere Magdalena Bejart. Estreno de Las mujeres             sabias. Enemistad con Lully y distancia con el                   rey.

1673 El enfermo imaginario. Muere el 17 de Febrero.

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La decadencia española y la lucha por la hegemonía en Europa caracterizaron el siglo XVII. En Francia se desarolló el modelo político del absolutismo y el eje de la economía se desplazó desde el Mediterráneo al Atlántico, especialmente a las nuevas potencias coloniales, Inglaterra y los Países Bajos.

Aquiles descubierto por Ulyses. Pedro Pablo Rubens y Anton Van Dyck

 

El absolutismo

Durante el siglo XVII los reyes europeos intentaron imponer un nuevo sistema político: el absolutismo, caracterizado por el poder ilimitado del monarca.

En Francia, el país más rico y poblado de Europa, triunfó la monarquía absoluta gracias a la acción política del cardenal Richelieu (1582-1642), ministro de Luis XIII (1610- 1643), y del cardenal Mazarino (1602-1661), que gobernó durante la minoría de edad de Luis XIV (1643-1715).

Los rasgos principales del absolutismo son:

  • La centralización administrativa, restando poder a los grandes señores y a los parlamentos regionales.
  • La organización de un ejército fuerte y centralizado.
  • El saneamiento de las finanzas reales y el enriquecimiento del Estado mediante el fomento de la industria y la exportación de manufacturas.

Con Luis XIV, el Rey Sol, Francia pretendió convertirse en la principal potencia europea, frente a los Habsburgo de España y Austria.

En Inglaterra, las revoluciones de 1640 y 1688 terminaron con los intentos de imponer la monarquía absoluta y, de la mano de Guillermo de Orange (1689-1702), se impuso la monarquía constitucional, en la que el poder del rey se hallaba limitado por el Parlamento.

Las Meninas. Velázquez.

 

Los imperios coloniales

Inglaterra, los Países Bajos y, en menor medida, Francia compitieron duramente en la expansión colonial. Las bases de esta expansión fueron:

  • El aumento y la modernización de las fuerzas navales.
  • La creación de las compañías de las Indias Orientales, dedicadas a organizar el comercio en el océano Índico.
  • El desarrollo financiero, con la creación de grandes bancos, como el de Amsterdam (1609) y el de Londres (1694).

En América, españoles y portugueses consolidaron la colonización de sus territorios haciendo frente a la penetración de ingleses, franceses y holandeses, sobre todo en Norteamérica y las Antillas. La ruta de los metales preciosos, desde Veracruz y Lima hasta Cádiz o Sevilla, perdió vitalidad a causa del agotamiento de las minas.

En África se organizó la ruta de los esclavos, desde las factorías del golfo de Guinea hasta las plantaciones de las Antillas y Brasil.

La ruta de las especias iba desde Insulindia hasta El Cabo y, contorneando África, llegaba hasta Amsterdam.

 

Pintura de Georges de la Tour

La guerra de los Treinta Años

La lucha por la hegemonía entre las potencias europeas se manifestó principalmente en la guerra de los Treinta Años (1618-1648).

  • El conflicto empezó con la defenestración de Praga (1618), rebelión de los protestantes checos contra Fernando de Estiria, el futuro emperador Fernando II (1619- 1637), que pidió ayuda a su pariente Felipe III de España (1598-1621) y a los príncipes católicos alemanes. El bando imperial venció en la Montaña Blanca (1620).
  • En 1625 el rey danés Cristián IV (1588-1648) intervino en favor de los protestantes, pero, tras ser derrotado, tuvo que firmar la paz de Lübeck (1629).
  • En 1629 intervino el rey sueco Gustavo Adolfo II (1611-1632), que murió en la batalla de Lützen. Tras la derrota sueca en Nördlingen se firmó la Paz de Praga (1635).
  • La intervención de Francia a partir de 1635 cambió el curso de la guerra. Los tercios españoles fueron derrotados en Rocroi (1643) y el ejército imperial en Baviera y Praga.
  • Por la paz de Westfalia (1648), España reconoció la independencia de los Países Bajos y Francia quedó convertida en el árbitro de la política europea.
  • España y Francia continuaron en guerra hasta 1658, cuando los franceses, con ayuda de los ingleses, vencieron definitivamente al ejército español. Por la paz de los Pirineos (1659) España perdió el Artois, el Rosellón, la Cerdaña y varias plazas en Flandes.

La gallina ciega. Francisco de Goya.

Fechas clave

  • 1604 Colonización francesa de Nueva Escocia.
  • 1605 La Compañía Holandesa de las Indias Orientales se establece en las Molucas.
  • 1618 Defenestración de Praga: comienza la guerra de los Treinta Años.
  • 1620 Los puritanos ingleses del Mayflower fundan Plymouth.
  • 1621 Los holandeses reanudan la guerra contra España una vez concluida la tregua de los Doce Años.
  • 1625 Victoria española en Breda sobre los holandeses.
  • 1640 Guerra civil en Inglaterra. Establecimiento inglés en Madrás (India).
  • 1642 Muere el cardenal Richelieu. El cardenal Mazarino prosigue su política de enemistad hacia España.
  • 1643 Derrota total de los tercios españoles en Rocroi. Luis XIV asciende al trono francés.
  • 1648 Paz de Westfalia.
  • 1649 Derrota y ejecución de Carlos I de Inglaterra. Oliver Cromwell proclama la República.
  • 1659 Paz de los Pirineos.

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La compañía "Gelosi" (1571-1604). Museo Carnavalet de París.

Molière, y los miembros de su compañía –El Ilustre Teatro-, fueron contemporáneos de uno de los fenómenos teatrales más originales de toda la historia de la cultura: la Commedia dell´Arte.

Cientos de compañías, procedentes la inmensa mayoría de Italia, se desperdigaban por Europa durante el siglo XVII. La mayoría de ellas vivían en la más absoluta precariedad material, y a cambio de su arte, solicitaban algo para comer. Pocas eran las que finalmente pudieron establecerse en las grandes ciudades, y muchas menos las que lograban la protección de las instituciones de la época. En la película de Ariane Mnouchikine se sugiere que fueron las representaciones de estos cómicos ambulantes las que inspiraron en el niño Jean Babtiste Poquelin su vocación posterior por el arte escénico.

La improvisación era su principal herramienta de trabajo. Atraían a través de esta técnica, en la que eran unos especialistas consumados, la atención de un público bullicioso que abarrotaba las plazas y las calles. El fenómeno fue cristalizando y, fruto de esas improvisaciones, nacieron ciertos personajes que el público empezó a reconocer y que todos ellos exhibían en sus espectáculos.

En el fondo eran estereotipos sociales. Es decir, procedían del imaginario del propio público, solo que, vistos en un escenario, y aplicándoles una gestualidad muy precisa y unos movimientos muy reconocibles, despertaban la hilaridad colectiva. Ahí estaban el Capitán fanfarrón, el muy sabio Doctor, la criada casquivana, el ágil Arlequino, etc.

Molière, excelente observador de las personas y los procesos sociales, adquiere poco a poco como actor una técnica de interpretación parecida, aunque él aspiraba a otras cimas más sofisticadas. Y como autor, traslada a sus comedias a algunos de estos personajes. Hay ecos evidentes de la Commedia dell´Arte en El Avaro, El Enfermo Imaginario, El Amor Médico, y un largísimo etcétera.

En El Tartufo, Dorina, Orgón, y probablemente Cleanto, nacieron inspirados en ellos.

Paco Ortega

Más información sobre la Commedia dell´Arte.

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Estudio del Doctor Jorge Manrique

 Han transcurrido más de tres siglos desde que Jean Baptiste Poquelin, una de las figuras sobresalientes de la segunda generación de clásicos de la literatura francesa del siglo XVII, más conocido como Moliére, legara a la cultura universal una producción teatral en la que, al igual que Shakespeare en la suya se encuentran caracterizadas de forma magistral ciertas modalidades particulares de la conducta humana. El gremio de los médicos, quizá más por tradición corporativa que por conocimiento literario, ha considerado las obras de Molière como otras de las tantas formas agresivas con que los escritores de todos los tiempos se han ensañado con nuestra noble profesión.

En este artículo, escrito por un médico y una psicóloga y destinado a otros médicos, se intenta rescatar de esas invectivas, más allá de su acre sabor inicial, el profundo sentido ético y moralizador que encierran. Para ello ha resultado conveniente realizar, luego de un breve recuerdo de la biografía de Molière, una somera revisión del entorno histórico y del estado de la medicina y la práctica médica de su tiempo.

Vida de Molière

Molière fue un hombre cuya vida atesora una abigarrada combinación de éxitos y fracasos, alegría y desgracias, ascensos y caídas, soportados por un ser humano que supo administrar el privilegio de poseer una afinada capacidad de observación junto a un insuperable ingenio. Ambas condiciones le permitieron concretar, a través de sus escritos, agudas y acertadas consideraciones sobre la condición humana. La biografía. que a continuación puede leerse ha tenido como guía fundamental el meduloso libro publicado por Ramón Gómez de la Serna en 1951.

Jean Baptiste Poquelin, nacido en París a principios de 1622, fue el primogénito de un matrimonio burgés acomodado. Su madre, María Cressé, falleció cuando el niño tenía apenas 10 años luego de enseñarle a leer con una edición de Vidas de Plutarco.

Durante su adolescencia, acompañado por su abuelo materno, conoció el arte de los trashumantes actores italianos enharinados del Pont Neuf, afectos a la Commedia dell´Arte mientras que, con su abuelo paterno, feriante de Saint Germanin, pudo vincularse con la gente común de ese pintoresco barrio parisino. En 1631 su padre compró el cargo de tapicero ordinario de la Casa Real, anexo al de ´Valet de Chambre´ del Rey.

A partir de 1636 y durante tres años, Jean Baptiste cursó estudios de humanidades en el Colegio Jesuita de Clermont ( College Louis LeGrand), institución que aunque admitía jóvenes nobles y burgueses, mantenía severas diferencias en el trato aplicado a sus alumnos en relación con su origen social. Durante ese lapso aprendió latín y algo de griego, frecuentó los clásicos, participó en representaciones teatrales, escribió algunos versos y asistió a las clases dictadas por el filósofo epicúreo Gassendi, de conocida vida licenciosa. En 1641, en la Universidad de Orleáns, se graduó de abogado, profesión que nunca ejerció pero cuyos conocimientos le sirvieron para adornar con propiedad la trama de algunas de sus obras. Al año siguiente, ejerciendo el cargo de Valet de Chambre acompañó a Luis XIII en un viaje a Narbonne.

En 1642 contrajo relaciones con la familia Bejart, de conocida actividad teatral, a la que pertenecía Magdalena, hermosa y respetada artista de vida turbulenta que, cuatro años antes y antes de conocer a Molière, había concebido una hija que fuera bautizada como Armanda Hervé y cuya paternidad fue más tarde , de forma malévola, adjudicada a Molière.

 

Retrato de Molière

  La fuerte atracción ejercida por la personalidad de Magdalena provocó el 1643 la ruptura con su pasado burgués y la dedicación definitiva a las tablas, concretadas en la cesión de su cargo de Valet Real a su hermano y la incorporación contractual con los Bejart – herencia maternal mediante – adoptando desde ese momento y para no mancillar su apellido. El seudónimo de Molière al parecer en memoria de Francisco Molière, escritor popular asesinado en 1625, a los 20 años de edad (Encic. Rialp).

 La nueva compañía, denominada El Ilustre Teatro, culminó su actuación con un rotundo fracaso económico y la contracción de importantes deudas que, en dos ocasiones condicionaron la prisión la prisión de Molière, redimidas ambas con sendos préstamos paternos.

En 1645 la Compañía abandonó París e inició un periplo artístico por el interior de Francia que duró más de 12 años y durante el cuál muchas veces representó obras al estilo italiano, basado en la improvisación en escena. En esa gira enfrentó penurias y fracasos antes de alcanzar, más tarde, el éxito teatral que le permitiría mejorar su condición económica.

En 1653 Moliére estrenó su primera obra, El atolondrado, en la que comprobó que su voz y su genio actoral se adaptaban mejor para la vis cómica, con la que habría que alcanzar sus mayores triunfos escénicos . Ese mismo año actuó frente al Príncipe de Conti, ex condiscípulo de Clermont, que facilitó su nombre a la compañía.

En 1658, luego de un prolongado exilio fuera del ambiente de París, contando ya con una posición económica desahogada y con un ganado prestigio teatral, pudo presentarse con su compañía en el Louvre y frente a la familia Real poniendo en escena una obra de Corneille a cuyo final, con la autorización de Luis XIV, estrenó su obra El Doctor enamorado. La buena acogida de esta pieza teatral acrecentó su fama haciendo que su compañía, poco tiempo después, se transformara en la Comañía de Monsieur, hermano del Rey.

Para ese entonces Armanda , la hija de Magdalena Bejart, convertida a la sazón en una bella mujer y en una aceptable artista de teatro, despertó en Molière una intensa pasión que lo llevó a su matrimonio en 1662, rotulado como incestuoso por algunos de sus detractores.

En 1663 Luis XIV apadrinó el primer hijo de Molière y acordó a su compañía un subsidio de 1.000 libras anuales. Este mecenazgo estimuló su fecunda creación artística no interrumpida a pesar de la muerte prematura de su primer hijo., las graves desavenencias matrimoniales e infidelidades de su joven esposa y las frecuentes recaídas de su proceso pulmonar crónico.

Mientras dispuso del favor real, Molière continuó con su tarea autoral y actoral superando con entereza sus infortunios personales y la constante crítica de sus competidores. En 1672 comenzaron a enfriarse las relaciones con Luis XIV, agravadas por la designación del Maestro Lully como Director de la Real Academia de Música. Este famoso músico, que había compuesto los entremeses musicales que acompañaban las obras de Molière, asestó un duro golpe a las finanzas del comediógrafo al exigir regalías por la representación de obras que contuvieran sus partituras.

El 17 de febrero de 1673, mientras presentaba en el Palais Royal El Enfermo imaginario, estrenada unos días antes, Molière sufrió un malestar creciente y pese a las recomendaciones de sus compañeros no interrumpió su actuación. Al terminar su último acto, luego de haber pronunciado el macarrónico juramento con que Argán se convierte en médico y resonando todavía los aplausos por su interpretación, fue retirado de la escena víctima de una grave vómica hermorrágica que, horas más tarde lo llevó a la muerte. Como dice Santisbury, al igual que la decisión adoptada más tarde por al Almirante Nelson, Molière eligió morir ´debout et dans son rang´ para apelar a un tribunal que no juzgara de acuerdo con las reglas dictadas por los puritanos o los fariseos (Waller).

A pesar de su solicitud no pudo recibir asistencia religiosa dada su condición de comediante ya que el ritual de París, promulgado en 1654, prohibía dar asistencia religiosa y cristiana sepultura a las rameras, concubinas, cómicos, usureros y brujos´, por lo que para proceder a su sepelio fue necesario apelar a la mediación directa del Rey para permitir su inhumación, cuatro días después de su muerte en el cementerio de San José sin ninguna pompa. En 1680 su viuda unió su compañía con la del Hotel de Bourgogne dando nacimiento a lo que más tarde sería la Commedie Francaise.

En 1817 sus restos fueron trasladados al cementerio del Padre Lachaise donde fueron depositados a la vera de la tumba de su amigo La Fontaine. Entre el torrente de honras póstumas merece citarse el epitafio del padre Bonhours que reza: «Molière, nada a tu gloria faltaría si entre los defectos que tan bien descubriste pudieras haber incluido la negra ingratitud» (Gómez de la Serna»)

 

La Francia del siglo XVII

Luego de concluidas las guerras religiosas el pueblo francés gozo, durante el siglo XVII, de una era de progreso político, social y económico que culminó en el desarrollo de una fuerte nacionalidad, el fortalecimiento de su lengua vernácula y la cimentación de la monarquía absoluta.

Luego del asesinato de Enrique IV (1610) y bajo el reinado de Luis XIII, Francia participó desde 1635, en la Guerra de los Treinta Años y en 1638 liquidó el poderío protestante con la toma de la Rochela. En 1648, bajo la Regencia de Ana de Austria, se firmó el tratado de Westfalia que dio a Francia un papel hegemónico en la política europea.

En el lustro transcurrido entre 1648 y 1653 la corona francesa debió soportar los embates de La Fronda, movimiento sedicioso encabezado por miembros del clero y cierta parte de la nobleza. Ahogada esta revuelta, Francia continuó la política pragmática diseñada por Richelieu y Mazarino y en consecuencia volvió a guerrear contra España para terminar en 1659 con otro triunfo que le aportó la anexión de extensos territorios y el matrimonio de Luis XIV con María Teresa de Austria, hija de Felipe IV de España.

En 1662 Luis XIV, luego de la muerte del Cardenal Mazarino y asistido por capaces colaboradores, casi todos pertenecientes a la burguesía, inició el reinado absoluto que habría de convertir a Francia en el árbitro de Europa.

Durante todo este siglo, a pesar de las guerras externas y por efecto de una eficiente administración, Francia gozó de una llamativa estabilidad interior y un importante desarrollo industrial y económico que facilitaron, con el mecenazgo y control del poder central, el florecimiento de importantes expresiones en todos los campos de la cultura. En el literario constituyen hechos salientes la aparición de la Gazeta Francesa en 1631 y la publicación de las obras de Descartes (1596 – 1650) La Roche-foucauld (1613-1680), el cardenal de Retz (1613-1679), La Fontaine (1621-1695), Molière (1622-1673), Pascal (1623-1662), Mme. De Sevigné (1626-1693), Bossuet (1627-1704), Boileau (1636-1711), Racine (1639-1699), La Bruyere (1645-1696), y –Fenelon (1651-1715), así como la creación de la Academia Francesa (1635). En esa misma época España mostró la producción literaria del Padre Mariana (1535-1639), Lope de Vega (1562-1635), Francisco de Quevedo (1580-1645), Ruiz de Alarcón (1581-1639), Gracián (1584-1658), Calderón de la Barca (1600-1681), y Francisco de Rojas (1617-1648), cuyas obras influyeron de forma visible en la producción de Molière.

La Sociedad de esa época mostraba una organización estratificada conformada por niveles sociales bien definidos, todos dependientes del centralismo dominante. El más alto correspondía al Rey y a la nobleza de sangre, completado por los magistrados y funcionarios de mayor jerarquía. Los cargos religiosos más elevados eran provistos por el Rey y se acompañaban de prebendas y distinciones especiales. El Tercer Estado o Llano, representado por la burguesía, proporcionaba los militares de carrera y el grupo humano que con su esfuerzo y trabajo labró la riqueza de Francia.. Los siervos de la gleba, sin organización, consideraban al Rey como defensor de sus derechos frente a los intentos especulativos de los nobles terratenientes (Maurois).

Las diferencias de clase estaban bien marcadas aunque existía cierta movilidad social apuntalada en la obtención de riqueza, facilitada por la ley Paulette dictada en 1604, que permitía comprar y convertir en hereditarios algunos cargos importantes de la administración y la justicia. Cada napa social veía en su inmediata superior un modelo digno de imitar a cualquier precio: los nobles sostenían entre sí una sorda lucha por la obtención de los favores reales, los clérigos luchaban por la obtención de canonías y entre los burgueses nada impedía que, al amparo de la riqueza acumulada, se copiaran de cualquier forma los modales, vestimentas y estilo de vida de los nobles. La vida provinciana y aún la de los villanos y campesinos también cambió estimulada por el influjo de un intenso deseo de ascenso social. Este afán de enriquecimiento y figuración facilitó el desarrollo de una marcada frivolidad en las costumbres y una moral pública proclive a la eclosión de actitudes no siempre de buen gusto y muchas veces por virtuosas. Se trataba de una sociedad cerrada, pero no tanto, cuyo análisis permite descubrir la mezcla de restos del feudalismo, que se batía en retirada frente al centralismo monárquico dominante, con manifestaciones particulares propias del hombre del renacimiento, deseoso de libertad, anheloso de dominar el mundo y sus maravillas y cultor del hedonismo.

Todos estos elementos socioculturales plasmaron una sociedad muy estructurada cuyas manifestaciones proporcionaron al genio observador de Molière una veta riquísima de la que supo extraer prototipos humanos dotados de credibilidad intemporal.

 

La Medicina del Siglo XVII

 Durante este siglo y bajo la influencia del Renacimiento continuó la trabajosa secularización progresiva del saber, concretada en el despojo constante de la carga escolástica de la medicina galénica medieval y la separación del saber científico del teológico. Los estudios de Vesalio (1514-1564), Falopio (1523-1589), Arancia (1533-1619), Bauhin (1560-1624), Spiegel (1578-1625), Malpighi (1628-1694), Leeuwenhoek (1632-1723), y Swammerdam (1637-1680) revolucionaron la micro y macroanatomía y se asociaron con los importantes avances estequiológicos aportados por Fabricio de Acquadependente (1533-1619) y Redi (1621-1697).

En el campo fisiológico fueron notables el descubrimiento de la circulación menor por Miguel Servet (1511-1553), los conocimientos aportados por Santorio (1561-1636) y el descubrimiento de la circulación mayor por Harvey (1578-1657).

La patología estaba limitada a la percepción sensorial de los fenómenos morbosos atribuidos a cambios anómalos de los humores. Las enfermedades mejor conocidas eran gota, sífilis, y venéreas, paludismo, tifoidea, raquitismo, difteria, ergotismo y peste común y algunas afecciones quirúrgicas (hernia, litiasis vesical, abscesos, traumatismos y heridas de guerra).

Todos estos avances convivieron con al doctrina de los «humores» y fundamentaron una práctica médica resultante de la combinación de la medicina galénica con conceptos mecanicistas y vitalistas de fuerte contenido empírico y cuyas medidas terapéuticas se basaban en la concepciones de Paracelso (1493-1541) y Van Helmont (1578-1644).

Los médicos formaban una clase bien diferenciada, cuya formación universitaria debía pasar por la condición de filiatra, bachiller, archidiatra hasta la obtención de la «licencia legendi», impuesta en una impresionante ceremonia pública sin la cual no era posible ejercer (Mazzei). Administraban su saber luciendo togas y bonetes negros, acudián a sus consultas. Montados en mulas negras y su conducta exhibía una concepción fáustica que los impulsaba en forma irresistible a creerse «dueños y señores de la naturaleza desplegando una imperiosa y ambiciosa actitud de ser artífices de la curación del enfermo» (Lían Entralgo).

El examen físico consistía en una somera exploración de la piel y las cavidades accesibles, el control del pulso y temperatura y del estado del sensorio junto a la determinación de las características organolépticas de las excretas. Los diagnósticos se basaban en el juego dialéctico de los conocimientos disponibles, cuyo contexto servía tanto para explicar los éxitos como para justificar los fracasos. Las ocasionales consultas con otros médicos se hacían guardando un gran respeto jerárquico por las dignidades académicas. En el habla profesional se utilizaban, con harta frecuencia, expresiones latinas y términos técnicos cuya incomprensión por parte de los legos formaba una importante parte de la cuota de magia que siempre ha acompañado el quehacer médico.

Los tratamientos ofrecían sólo variantes formales y consistían en prescripciones «farmacéuticas» de efectos azarosos y algunas veces perjudiciales. Era muy frecuente la administración de sangrías, clisterios , purgas y eméticos junto con jarabes, pócimas, ungüentos, pomadas y otras formas farmacéuticas esotéricas que se administraban asociadas a indicaciones o prohibiciones dietéticas dictadas por algún médico famoso.

Desde la promulgación del edicto dictado por el Concilio de Rheims en 1131, los clérigos habían quedado inhibidos para practicar la cirugía. Esta rama de la práctica médica quedó en manos de un grupo de prácticos que en 1210, bajo control clerical, formaron el Collegio de San Cosme en París, del que formaban parte los cirujanos de «toga larga», cuya preparación era más teológica que científica. En forma paralela existía un grupo de barberos cirujanos, prácticos carentes de preparación universitaria, que desarrollaban sus tareas revestidos de togas cortas y dentro del amplio espectro de diversas «especialidades» como: sacamuelas, tonsuradores, barberos, extractores de piedras, talladores, curadores de hernias, sangradores, extirpadores de cataratas, inmovilizadores, enderezadores de huesos o ventoseros, muchas veces en forma itinerante para escapar de los reclamos de sus clientes. La cirugía, por el hecho de implicar una actividad manual, era menospreciada por los clínicos. Sin embargo su tarea parecía dar mejores réditos que el de los médicos comunes. En esa época el mayor peligro para la salud de las mujeres se asociaba con los partos, para los hombres con la guerra y para todos, con la infancia y las viruelas (Milford).

Los que descreían de los médicos eran considerados, al decir de Molière, como impíos de la medicina aún cuando éstos, al sentirse mal, no vacilaban en entregarse a los cuidados médicos para «morir conforme a las reglas». Puede afirmarse que el ejercicio de la medicina del siglo XVII, permitía que, muchas afecciones salvo aquellas que poseían una evolución espontánea favorable y algunas de tipo quirúrgico, culminaran con la muerte del enfermo, a veces precipitada por la propia agresividad del tratamiento.

 

Obras de Molière

Molière, llamado el Contemplador, fue un profundo y atento observador de la sociedad en que vivió. Sus paseos infantiles por las ferias de París y más tarde su convivencia, aunque discriminada, con la clase noble en el colegio de Clermont sumada a sus andanzas no siempre afortunadas por innumerables pueblos del interior y su posterior introducción en el fausto de la Corte, lo pusieron en contacto con todas las napas sociales aportándole la oportunidad de conocer sus costumbres, atesorar modismos y expresiones corteses y populares y en especial aprehender el profundo conocimiento de la condición humana que su genio literario supo plasmar en sus obras.

Fue un maestro de la caricatura hablada. Sus obras delinearon en forma precisa caracteres humanos dotados de un realismo bien manifiesto que el público reconocía y celebraba. Luis XIV, que sugirió algunos de los argumentos, apreció el genio de Molière como autor y actor y lo utilizó como un instrumento eficiente, no sólo para atacar aquello que hería la cortesía, las buenas maneras, el buen gusto y la elegancia que había impreso a su tiempo sino también como medio para forzar su absolutismo. Tal como había sucedido con Terencio en la antigua Roma, el apoyo aportado por el Rey Sol hizo posible la representación de las obras de Molière a pesar de la natural resistencia que podían despertar en los grupos sociales criticados.

En las obras de Molière se encuentran alusiones directas a todos los estamentos sociales, contra cuyos defectos arremetió «incisivo y burlón con elegante perversidad pesimista o con sarcástica ironía» (Quiroga). Como afirma Genier, su pluma enfrentó el complejo de inferioridad en La escuela de la mujeres (1662), la nobleza insolente y libertina en el Don Juan (1665), la pedantería y vanagloria en Los importunos (1661) y La escuela de los maridos (1661), las marquesas frívolas y adornadas en Las preciosas ridículas (1659), los celos exagerados en Don García de Navarra (1661) y El Cornudo imaginario )1660), el habla enfática y engolada en La improvisación de Versailles (1663), los matrimonios de conveniencia en El Casamiento a la fuerza (1664) y Jorge Dandin (1666), la devoción fariseica en El Tartufo (1667), las ridiculeces de la burguesía encumbrada en El burgués gentilhombre (1670), los rentistas usureros en El Avaro (1668), el espíritu provinciano en El señor de Pourceaugnac ( 1669), la seudociencia astrológica en Los amantes magníficos (1670), el ingenio pícaro y ventajista en Las trapacerías de Scapin (1671), la pompa y placeres mundanos de la corte en La condesa de Escarbgnas (1671), el falso saber en LasSabiondas (1672) y los médicos petulantes en El médico a palos (1666), el Amor médico (1665) y el Enfermo imaginario (1673).

Al mismo tiempo que desaprobó esos defectos, Molière supo ensalzar la razón, la moderación, el buen sentido, el amor a la familia, el respeto a la verdad y el buen gusto aunque sin pretensiones de castigar el vicio ni recompensar la virtud pero con un claro intento moralizador capaz de poner en evidencia actitudes reprochables de la sociedad de su época. Quizá no pensó que sus personajes dotados de una vitalidad y presencia perdurable, como Argan, Tartufo, Alcestes, Rapagón y Macroton, por ejemplo representaban respectivamente, el típico hipocondríaco, el falso devoto, el misántropo empedernido, el burgués avaro o el médico petulante de todos los tiempos. Y ello fue así porque tales personajes no eran creaciones imaginarias sino expresiones destiladas de una realidad que sólo esperaba su talento para corporizarse en prototipos propuestos a una sociedad que «malgré tout», supo reírse de sus defectos.

El Tartufo fue la única obra que concitó reacciones importantes dando lugar a un prolongado pleito que terminó con la aprobación dada por Luis XIV que asestó así un fuerte golpe a quines, como la clerecía y la alta nobleza, todavía cuestionaban su poder absoluto.

En el estilo de Molière diversos críticos reconocen la influencia de los dramaturgos romanos Plauto y Terencio y el conocimiento del drama español y de la Commedia dell´Arte italiana. Los personajes moliérescos utilizan un idioma acorde con el papel que deben representar expresándose en francés clásico, jerga popular, germanías y hasta en «patois limosin». Waller afirma que Molière no fue original y copió a sus antecesores franceses y españoles, no respetó las reglas de la comedia , careció de tono romántico y manejó un lenguaje impropio y plagiario. Genier opina que la construcción gramatical de Molière fue defectuosa, plagada de pleonasmos y redundancias y plena de galimatías, metáforas incoherentes y ripios, aunque ello puede estar relacionado con el apuro con que fueron redactadas. Lanso y Truffau coinciden con esta crítica literaria aunque disculpan esos vicios considerando que esas obras fueron concebidas «para los oídos no para los ojos» ya que esos defectos sintácticos o prosódicos desaparecen cuando esas frases se escuchan como parlamentos correspondientes a un personaje visible y van acompañadas de adecuada mímica. Se conforma así un realismo expresivo que hace aún más creíbles a esos personajes. Boileau, contemporáneo de Molière, afirmaba que «su carácter propendía a lo real y su talento, a la sátira».

A diferencia del teatro de Plauto, en el de Molière debe reconocerse la ausencia de expresiones groseras, escatológicas o procaces haciendo que su crítica social, muchas veces mordaz y descardas, fuera siempre jocosa y aunque contestataria, jamás disolvente. Esta condición ha sido considerada por Villot como manifestación de servilismo pero, de todas maneras, en la expresión de un intelecto superior dotado de la pluma apropiada que de forma reidera – ´corrige ridendo mores´- fue capaz de desentrañar del ser humano aquellas facetas que denunciaban conductas impropias, menesterosas de reconocimiento y corrección (Bentoux).

Es posible que las agudas críticas utilizadas por Molière representaran una especie de catarsis desencadenada por las amarguras de su vida. Sin embargo, a pesar de todos sus infortunios, justo es reconocer que esa catarsis, si ejercida se efectuó a través de la creación de obras cargadas de gracia, buen humor y plenas de chispa cómica aunque, en el fondo siempre puede encontrarse en ellas cierto dejo autobiográfico no desprovisto de un dejo de tristeza o amargura. Sus obras deben ser consideradas algo más que una descarga de resentimientos nacidos al calor de las desgracias ya que presentar con lucidez un contenido trascendente apoyado en la comicidad.

Siguiendo a Freud puede aceptarse que los chistes, bromas o sátiras, si bien son formas agresivas de expresar sentimientos, deben ser considerados como medios a través de los cuales resulta posible utilizar el arma del ridículo para superar las limitaciones y censuras impuestas por los códigos sociales, y dar rienda suelta a fuentes de placer que de otra forma resultarían inaccesibles. Así puede explicarse cómo Molière pudo transformar sus críticas en algo que, sin violencia, se plasmaba en momentos placenteros para el observador de sus obras, oyente de sus parlamentos, a través de una forma literaria que, al par de hacer posible la descarga de sus sentimientos dolorosos, no provocaba consecuencias destructivas al crear caracteres cuya propia humanidad les permitió trascender los tiempos en que fueron concebidos.

Molière y los Médicos

Los registros de la Compañía Teatral, llevados por Legrange, permiten inferir que Molière padeció desde 1655 una enfermedad respiratoria de naturaleza crónica a la que Moorman Lewis y otros autores consideran como una tuberculosis pulmonar. Las recaídas de este proceso lo alejaron en varias ocasiones de su quehacer actoral y lo obligaron a repetidas consultas médicas en las que seguramente pudo apreciar la conducta profesional de los galenos y sentir, en «carne propia», la naturaleza y efectos de los tratamientos que utilizaban y que en su caso, como era previsible, fueron inútiles. Además, es posible que tuviera acceso al Journal de la Santé du Roi, a cargo de los médicos de la corte (Valle, Jaquin y Fagon), que contenía datos sobre la salud real y describía episodios acaecidos en las consultas, las sangrías excesivas y la medicación utilizada (Moorman).

Los médicos y la medicina fueron sabroso alimento del genio moliéresco en cinco de sus obras: Don Juan (1665), El amor médico (1665), El médico a la fuerza (1666), El Señor de Pourceaugnac (1669) y El enfermo imaginario (1673). En el Don Juan los médicos sólo son aludidos en una breve pero mordaz crítica deslizada en un agudo diálogo sostenido por el ilustre mujeriego y su criado pero, en las restantes obras mencionadas, cada una con su argumento propio, la medicina y sus oficiantes forman parte esencial de la trama. En ellas Molière hace actuar a galenos y seudogalenos a través de exposiciones en las que se evidencian, en forma jocosa y desopilante, los fundamentos del arte médico y el uso de terapéuticas extravagantes. Se ataca la base de la praxis médica a través de la presentación de cómicas disquisiciones patogénicas basadas en la teoría de «los humores» mientras se hacen comentarios festivos sobre los conocimientos en boga y los tratamientos practicados. Las reideras consultas están plagadas de latinajos y propuestas terapéuticas sólo difieren entre sí en el número y composición de las lavativas, la vena utilizable para la sangría o la frecuencia con que ellas deben efectuarse así, como el sabor y aspecto de los jarabes, pociones o brebajes, todo anodinos.

Los médicos fingidos intervienen utilizando graciosas galimatías y hacen sus aportes indicando otras medidas sanadoras de menor fundamentación científica cuya adopción determina el «happy end» en el que se recompone el entuerto amoroso o se cura una inexistente enfermedad.

El enfermo imaginario, que es la obra más conocida, muestra las críticas más mordaces contra los médicos. Su personaje principal es Argan, un típico patofóbico e hipocondríaco, menesteroso de permanente asistencia médica que, luego de reideras quejas y disquisiciones y chispeantes consultas, acepta convertirse en médico para poder tratar mejor sus propios padecimientos.

 

El enfermo imaginario

La macarrónica ceremonia final se desarrolla al compás de un fondo musical que puede considerarse como un verdadero Carmina Burana, en el que participan ocho portajeringas (para lavativas), seis boticarios y veintidós doctores. En esa escena, Argan es sometido a un examen en el que se utiliza un lenguaje seudotécnico, mezcla abigarrada de latinajos y deformados vocablos franceses e italianos. Una vez aprobada esta prueba se satiriza una colación de grado en la que los oficiantes hacen jurar al neófito su nueva condición profesional certificada con la imposición del birrete y de la toga mientras se reafirman los elementos básicos de la práctica médica entonando la fórmula : «Ego, cum isto boneto, verabili et docto, virtutem et puissnciam, medandi, purgandi, percandi, cuipandi, et occidenti impune per totam terram» (Yo con este bonete, venerable y docto, te doy la virtud y el poder para medicar, purgar, sangrar, abrir, cortar y matar en forma impune por toda la tierra).

En las irónicas palabras de Molière relacionadas con los médicos se puede advertir la profunda crítica asestada a la infalibilidad del saber y a la precisión de los diagnósticos, el comentario sardónico sobre las complejas formalidades de las prácticas y la desconfianza manifiesta sobre su efectividad, así como se llama la atención sobre el uso de un lenguaje críptico que el paciente no alcanza a comprender. De igual forma se discute la trascendencia que el médico se atribuye en la curación del enfermo, se ataca la sumisión que debe prestar el propio paciente en cumplimiento de las prescripciones y hasta del pronóstico formulado, se reprueba la obsecuencia prestada a los colegas distinguidos, se impugna el secreto excluyente del saber profesional y se plantean dudas sobre la aplicación de técnicas agotadoras para el paciente o el uso de preparados farmacéuticos de inconsistente composición y dudoso efecto.

A poco que se analice el trasfondo de los dichos de Molière resultará fácil advertir cómo sus agudas pullas eran públicas denuncias de las características dominantes en las prestaciones médicas de la época, en las que primaba la soberbia cuasi religiosa del saber aplicado sobre un paciente indefenso y desprovisto de alternativas, en una relación en la que sólo tenía obligaciones y ningún derecho. Se jerarquizaba así la necesidad que tiene el paciente de ser escuchado y comprendido tratando de enfatizar el papel humanitario que debe desarrollar el médico al servicio de su paciente. No son éstos, acaso, los principios que sustenta la Bioética actual ? Entonces, no puede considerarse a Molière como un verdadero profeta de la ética médica y por lo tanto afirmar que también clamó en el desierto ya que más de trescientos años después esos mismos defectos, entonces denunciados, todavía se siguen observando en la práctica médica diaria?

Como observa Mitford, los médicos de hoy ya no vestimos togas, no sangramos ni administramos clisterios sino que usamos ropas blancas, transfundimos sangre y ordenamos aplicaciones de complejos aparatos electrónicos, pero en muchas ocasiones sigue siendo posible todavía advertir en nuestra conducta profesional actitudes similares a las de nuestros colegas del siglo XVII, las mismas que merecieron las críticas de Molière. Es aceptable que si el paciente de hoy, como el de hace trescientos años, sigue siendo considerado como un objeto pasivo que los médicos debemos reparar como si fuera un simple artefacto mecánico, seguramente dentro de no mucho tiempo otras generaciones médicas mirarán a la medicina actual con la misma irreverencia fundada con que hoy nosotros observamos la del comienzo de la Edad Moderna.

Las palabras de Molière, luego de más de trescientos años de haber sido escritas, constituyen una verdadera lección práctica de conducta médica y su vigencia cobra cada día más actualidad porque sus contenidos, por su profunda naturaleza, siguen teniendo validez y presencia en un mundo en el que no todos los cambios han sido para bien.

Colofón

Pese a los evidentes avances del saber y del hacer médicos la esencia de la medicina sigue siendo inmutable porque su fundamento estriba en la prestación del mejor servicio que un hombre sanador debe brindar a otro hombre enfermo. La excelencia de esta prestación no depende exclusivamente del conocimiento científico utilizado o de la precisión de la tecnología aplicada, sino de la forma humanitariamente comprensiva con que puede satisfacer las angustias y expectativas de otros seres menesterosos de cuidados. El olvido de este principio fundamental es el argumento que la sociedad actual esgrime con mayor fuerza para rotular a la medicina actual como deshumanizada, a pesar de sus innegables logros científicos y tecnológicos.

Si los médicos sabemos pasar de alto las circunstancias propias de la época en que se desarrollan las obras de Molière y sólo nos atenemos a la intención esencial de sus críticas y al perfil humano de los caracteres allí pintados, podrá captarse el profundo mensaje ejemplificador que ellas encierran haciendo que su lectura o la asistencia a su representación resulte una fuente permanente de profundas y fructuosas reflexiones. De esta forma Molière, tradicionalmente considerado como adversario de los médicos, pasará a ocupar merecidamente el puesto de un verdadero Maestro de la Etica Médica.

(*) 

(*) Fuente: este artículo fue publicado originalmente en Revista Fundación Facultad de Medicina, Ciudad de Buenos Aires.

 (1) El Dr. Jorge Manrique es Profesor Honorario de la Facultad de Medicina (U.B.A) y 
Miembro de la Academia Nacional de Medicina.

 (2)  Lic. María Graciela Manrique de Jolly es Lic. en Psicología de la U.C.A y JTP de la Cátedra de psicopatología infanto-juvenil de la U.B.A

Bibliografía consultada

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Waller A. R. The Plays of Molière. Ed. John Grant. Edimburgo, 1907.

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(Jean-Baptiste Poquelin; París, 1622 – id., 1673) Dramaturgo y actor francés. Nacido en una familia de la rica burguesía comerciante, su padre desempeñaba el cargo de tapicero real. Molière perdió a su madre a la edad de diez años. Alumno en el colegio jesuita de Clermont hasta 1639, se licenció en la facultad de derecho de Orleans, en 1642.

Molière se relacionaba entonces con el círculo del filósofo epicúreo Gassendi y de los libertinos Chapelle, Cyrano de Bergerac y D’Assoucy. En 1643, haciéndose ya llamar Molière, fundó L’Illustre Théâtre, junto con la comediante Madeleine Béjart; dirigida por ella, primero, y luego por él mismo, la joven compañía intentó establecerse en París, pero el proyecto fracasó en 1645, por falta de medios, y Molière permaneció unos días arrestado por deudas.

Recorrió entonces las regiones del sur de Francia, durante trece años, con el grupo encabezado por Dufresne, al que sustituyó como director a partir de 1650. Es probable que la compañía representara entonces tragedias de autores contemporáneos (Corneille, entre otros) y las primeras farsas de Molière, a menudo constituidas por guiones rudimentarios sobre los cuales los actores improvisaban al estilo de la commedia dell’arte.

La compañía se estableció en París, con el nombre de Troupe de Monsieur, en 1658, y obtuvo su primer éxito importante con la sátira Las preciosas ridículas, un año después. En 1860 creó el personaje de Sganarelle, al cual recuperaría muchas veces en otras obras y al que siempre interpretó él mismo, en la comedia del mismo nombre; pero Molière, que perseguía la fama de Corneille y Racine, no triunfó en el género de la tragedia: Don García de Navarra, obra en la que había invertido mucho esfuerzo, fracasó rotundamente. La escuela de las mujeres (1662) fue su primera obra maestra, con la que se ganaría el favor de Luis XIV.

Los detractores del dramaturgo criticaron su matrimonio con Armande Béjart, celebrado unos meses antes; veinte años más joven que él, no se supo nunca si era hermana o hija de Madeleine (en cuyo caso Molière podría haber sido su padre, aunque la crítica moderna ha desmentido esta posibilidad). Luis XIV apadrinó a su primer hijo, que murió poco después de su nacimiento, en 1864. En respuesta a las acusaciones de incesto, Molière escribió El impromptu de Versalles, que le enemistó con cierta parte de la clase influyente de París.

En 1663, mientras llevaba las tragedias de Racine al escenario y organizaba festivales en el palacio de Versalles, presentó los tres primeros actos de su Tartufo. El sentido irreverente y sacrílego que sus enemigos veían en sus obras generó una agria polémica que terminó con la prohibición de la obra, lo mismo que sucedería con Don Juan o El festín de piedra, tras sólo quince representaciones.

Acosado por sus detractores, especialmente desde la Iglesia, el principal apoyo de Molière era el favor del rey, que, sin embargo, resultaba caprichoso: las pensiones se prometían pero no se pagaban, y el autor hubo de responder a las incertidumbres económicas de su compañía abordando una ingente producción; en la temporada siguiente escribió cinco obras, de las que sólo El médico a palos fue un éxito.

Los problemas con el Tartufo, que proseguían, y las dificultades para mantener la compañía fueron quebrando su salud, mientras disminuía su producción; sin embargo, en estos años aparecen algunas de sus mejores obras: El misántropo, El avaro o El enfermo imaginario.

En 1673, durante la cuarta representación de esta última obra, sintió unos violentos dolores; trasladado a su casa, murió a las pocas horas. El rey debió intervenir para que la Iglesia le concediera el derecho a tierra santa, si bien fue enterrado de noche y prácticamente sin ceremonia.

El gran mérito de Molière consistió en adaptar la commedia dell’arte a las formas convencionales del teatro francés, para lo que unificó música, danza y texto y privilegió casi siempre los recursos cómicos, y en luchar contra las hipocresías de su tiempo mediante la ironía.

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